jueves, 24 de octubre de 2019

Las extraordinarias exhumaciones de José Antonio

Antorchas guiando en la oscuridad. Un féretro transportado a hombros más de 600 kilómetros. Campanas de anunciación. Mujeres enlutadas llorando en cada parada del camino. No se había visto una mudanza de un cadáver como la de José Antonio Primo de Rivera. Por dos veces se trasladaron los restos del fundador de Falange Española con una pompa extraordinaria ante los ojos de España; y por dos veces se convirtió aquel cuerpo inerte en el símbolo de su época. Primero se le enterró entre reyes (1939). Después se le convirtió en el primer mártir de la patria (1959). Y así, después de muerto, se convirtió al mismo tiempo en instrumento de Francisco Franco y en un mesías aupado por el esfuerzo de la propaganda, las luchas políticas y una variable legión de feligreses de su particular culto.

Los primeros pasos se dieron en 1939, aunque las tropas nacionales habían recogido en Alicante el cadáver de José Antonio, ejecutado por conspiración y rebelión militar por las autoridades republicanas el 20 de noviembre de 1936. El dictador Francisco Franco decidió años después que recibiría sepultura entre los reyes de España en el cementerio del monasterio de San Lorenzo del Escorial. El camino hasta la localidad madrileña lo convirtió en icono. Cada ingrediente del traslado fue épico por deseo de Francisco Franco. «Fue espectacular. Fue la mayor muestra culto cívico fascista que se hizo nunca en España. Implicó a la población de toda la ciudad de Alicante con barcos, el ejército, etc.; hubo marchas día y noche sobre todo con la vieja guardia falangista; en cada pueblo que pasaba había repique campanas y cantos de coros. Todo eso era iluminado con antorchas. Fue impresionante», recuerda el catedrático de Historia Contemporánea Joan Maria Thomàs en la Universidad Rovira i Virgili. «Cuando llega a Madrid, la ciudad está paralizada, tomada como una parada militar. Llega hasta El Escorial, que es el mausoleo de los reyes de España; no hay sitio más importante en el país donde ponerlo», completa el historiador con la memoria fresca porque ha escrito recientemente la biografía 'José Antonio. Realidad y mito' (Debate).

Los 463 kilómetros del recorrido fueron recordados con 52 monolitos de dos metros de altura en los puntos de relevo de las falanges, según las cuentas del arqueólogo Franciso Pastos Muñoz. Aquellos 'releros' que fueron levantados por el departamento de Ceremonial y Plástica, dependiente de la Jefatura Nacional de Propaganda permanecieron durante años como una extensión de la proeza. Aquella primera exhumación cambió la imagen de un político que había liderado un partido que consiguió sólo un 0,7% de los votos en las últimas elecciones. Para ello se necesitaron dos facetas especiales. Por un lado, se miró a Italia y a Alemania para movilizar a las masas. «Es un ritual único, dura varios días y con traslados ininterrumpidos. El punto de vista coreográfico y puramente estético es de influencia fascista», avanza Zira Box, autora del estudio 'Pasión, muerte y glorificación de José Antonio Primo de Rivera'. Por el otro lado, la indudable intención de acercarle a Jesucristo. «Ejemplifica muy bien el poder que tiene Falange en ese momento, la idea de religión política. Primo de Rivera es exaltado muchas veces como un Cristo secular de nueva España, pero hay muchos paralelismos: esa muerte a los 33 años, predicó en el desierto y sólo una vez muerto se ven los frutos. Los dos han muerto por una causa y hay un punto mártir con el derrame de sangre», señala la profesora en Ciencias Sociales de la Universidad de Valencia, quien reconoce que comenzó la investigación interesada por la indudable influencia religiosa.

A pesar del pretendido homenaje, los investigadores señalan que aquella extraordinaria exhumación fue más una herramienta de Francisco Franco que un reconocimiento del caído. «Falange, como todos los partidos fascistas, busca movilizar a las masas. El fracaso es que no las logra movilizar antes de la guerra. Como partido fascista es fracasado y marginal comparado con lo que ocurrirá en otros países», ilustra Box. Primo de Rivera era la oportunidad del dictador para esa llamada a las masas. Por eso, dos años después de la ejecución, rescató al líder del partido. Y Primo de Rivera no podía protestar. «Fue, por supuesto, muy conveniente para Franco que José Antonio y el resto de líderes de la Falange fueran exterminados durante la Guerra Civil. Así, el fundador de la Falange Española pudo convertirse en el mártir oficial del regimen, y durante años fue sujeto del más extraordinario culto a la muerte en la moderna Europa Occidental», escribe el historiador Stanley G. Payne en su análisis político para 'Franquismo, el juicio de la historia' (Planeta).

Todo a pesar de que el hijo del dictador Miguel Primo de Rivera y el militar no se habían llevado bien. «Con Franco no había tenido muy buena relación. Durante la república, Franco era una persona muy cautelosa y Primo de Rivera estaba buscando un general que fuese capaz de encabezar un Golpe de Estado. Veía inicialmente que Franco, por su juventud, podía ser ese general, pero a partir de dos entrevistas que tuvieron se quedó frustrado. No había sido una relación fluida y había sido una decepción para José Antonio porque Franco era poco decidido, con una mirada poco enérgica y poco clara de cara a destruir la república, que es lo que quería hacer José Antonio», señala Thomàs con franqueza.

Una vez muerto el joven agitador, aquel general dubitativo se aprovechó de la semilla. «Los ulteriores lazos de Franco con la Falange nunca fueron precisamente cordiales: acabó con su independencia en 1937, forzándola a unirse con los carlistas y a aceptar el líder que él eligió; cosa que le resultó fácil porque ésta había perdido ya a su guía espiritual, José Antonio, y nunca consiguió un apoyo de las masas ni se desarrolló doctrinalmente», escribe en 'La dictadura de Franco en una perspectiva comparada' Edward Malefakis, catedrático de Historia Contemporánea de Europa en la Universidad de Columbia. La solución agradó a todos los supervivientes políticos y militares implicados. «José Antonio era el gran líder del partido, había sido fusilado durante la guerra y con ese gran traslado, por una parte, el régimen lo oficializaba como mártir y, por otra parte, los falangistas aprovechaban también para reivindicarse como los auténticos hacedores políticos del nuevo régimen porque los que controlaban el partido único eran falangistas de la época de José Antonio», indica Thomàs sobre las peleas políticas de la época. «Es una muestra de que el sector falangista de esos primeros años es muy potente y tiene cargos de mucha responsabilidad», completa Box.

El féretro llegó al monasterio el 30 de noviembre de 1939, veinte días después de su salida de Alicante. Franco estaba presente.

La segunda exhumación de Primo de Rivera fue distinta porque los poderes políticos habían cambiado, pero no dejó de ser amplificada. No hubo mujeres enlutadas llorando pero sí una exhibición de músculo de sus seguidores el 31 de marzo de 1959, un día antes de la inauguración oficial del Valle los Caídos. «Está más dentro de la lógica del Valle de los Caídos. El primer caído en el país, el primer mártir, es también trasladado. Pero ahí los falangistas se sienten prevenidos ante la ofensiva de los ministerios tecnocráticos que están empezando con el Opus. En ese momento sienten que hay una maniobra para trasladar a José Antonio de manera un poco subrepticia y organizan de una manera totalmente espontánea y no oficial un traslado a hombros de esos 14 kilómetros entre Cuelgamuros y El Escorial. Parece que todo fue bastante confuso y tampoco hay ningún objetivo especial, pero como están en estado de excitación se hace un traslado atropellado y de cualquier manera», analiza Thomas. 

A la carrera voló el féretro del líder sobre los hombros de los enfervorecidos feligreses de una Falange Española que había perdido el poder político. Se le guardó un puesto preferencial en el majestuoso complejo. El hombre mitificado no podía ser un caído más. 19 años después también su traslado fue extraordinario pero sin tanta ostentación como el primero. «El culto joseantoniano está, pero es la reutilización del carisma. Sigue siendo el caído por excelencia, siempre en cabeza de las listas de caídos de todas las iglesias. Es optar por seguir dándole un lugar simbólico pero en términos de luchas políticas es bajarle un escalón sacarle del Escorial con tan poca pompa. Que Franco ni siquiera está esperando el cuerpo es bastante significativo», apunta Box.

Por el momento, los de José Antonio permanecerán en el Valle de los Caídos. Si es trasladado por tercera vez será para igualarlo con el resto de fallecidos en la Guerra Civil. Sin paseos a hombros por toda España. Sin homenajes ni carreras. Porque sin las luchas internas de la dictadura sus exhumaciones extraordinarias han terminado.


José Antonio, hijo de dictador

José Antonio Primo de Rivera (Madrid, 24 de abril de 1903 – Alicante, 20 de noviembre de 1936) quería ser militar, pero su padre le disuadió y terminó licenciándose en Derecho en la Universidad Central. Paradójicamente, el Golpe de Estado de su padre tuvo lugar mientras él cumplía como voluntario el servicio militar en el ejército en Barcelona. Durante el período republicano fue detenido dos veces. Primero fue acusado por una conspiración monárquica (1931). Después, fue acusado por apoyar el intento de Golpe de Estado de su apreciado general Sanjurjo (1932). En la biografía de la Real Academia de la Historia escrita por Julio Gil Pecharromán se explica: «Tras visitar a su admirado Mussolini en Roma y, sobre todo, con la llegada de Hitler a la Cancillería alemana, en enero de 1933, Primo de Rivera se convenció de que el fascismo era la vía más útil para construir un Estado auténticamente nacional y contrarrevolucionario».

Detenido durante la escalada de violencia de su partido, estuvo en contacto desde la cárcel de Alicante con la conspiración militar contra el Gobierno que dirigía el general Mola, pero se negó a dar la orden de colaborar en el levantamiento hasta finales de junio. 

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